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Hoy nos desplazamos al paraje del Parque Natural de la Puebla de San Miguel, en el rincón de Ademúz. Esta es la última salida, temporalmente, de nuestro compañero Angel que se desplaza una temporada, por cuestiones del corazón, a tierras colombianas con la promesa de enviarnos alguna de sus magníficas crónicas aderezadas con reportajes fotográficos de la tierra de García Márquez y con la promesa personal por mi parte de publicarlas en este blog.
Iniciamos pues la última crónica de nuestro compañero.
".... plata pura, las auroras,
parecen de puro claras,
y las mañanas son miel,
de puro y puro doradas."
Miguel Hernández
No se puede describir mejor, sin riesgo de parecer cursi, el relato de la caminata en la Puebla de San Miguel.
La mañana, apenas fresquita, el aire limpio como un espejo y el cielo azul, transparente.
En la plazuela, donde dejamos los coches, la simpática forestal nos hizo la foto de grupo y tomamos la recta que sale hacia el norte pasando por la Ermita de San Roque, junto al barranco del Saladillo, todavía sumergidos en la sombra que proyectaban los montes aledaños.
A la altura del depósito contra incendios, nos llegaron los primeros rayos de sol. Más adelante, una roca se había desprendido de la montaña y reposaba junto al talud. Allí, Corona posó junto a la piedra, y por el efecto de las sombras también quedó registrado el fotógrafo.
Continuamos pista arriba un buen trecho para internarnos posteriormente por una senda muy desdibujada, pero pendiente como ninguna, hasta que el terreno se fue suavizando y así nos cruzamos otra vez con la pista donde nos esperaba Toño que se había adelantado al grupo.
En el siguiente recodo de la pista está el corral El Bisco, donde nos paramos a reponer las calorías consumidas, y alguna más.
Hasta la cumbre del Gavilán (1721 m.), la pista discurre por un bosque de pino silvestre donde abundan las setas de cardo, para contento de algunos compañeros que se mantenían como sabuesos rastreando el monte con tal embeleso que no atendían ni a las marcas de la ruta, ni a los requerimientos del guía de la marcha.
Desde la planicie del Gavilán se puede ver la ciudad de Teruel, aunque muy difuminada por la lejanía.
No hay mucho camino desde este punto al paraje donde se encuentra el Pino Vicente o de las Tres Garras (por las tres ramas del tronco), espécimen de pino albar representativo de la zona que, al parecer, fue salvado de la tala por el guarda forestal Vicente Tortajada.
El ascenso continua entre un bosque, donde predominan mas los claros que la espesura, constituido por sabinas rastreras, pinos, enebros y algún otro tejo. En este tramo en más de una ocasión se tuvo que echar mano a los navegadores para reconducir a buena parte de la comitiva. El terreno de losetas de caliza, en el falso llano, nos acercó a la coronación del Alto de Barracas o Cerro Calderón (1836 m.), donde algún compañero subido al hito geodésico, emulaba a King Kong sobre el Empire State.
Con la sierra de Javalambre a la derecha y el límite de las provincias entre ella y nosotros, nos hicimos las fotos preceptivas, incluida la del apiñamiento sobre el hito. Habíamos culminado la cima y ya lo que quedaba era volver, pero ahora hacia abajo.
Desde la cola de la expedición y con una perspectiva de altura, los compañeros adelantados parecían perdigones zigzagueando entre las sabinas antes de que llegáramos al refugio del Collado del Buey.
Pero otros seguían buscando setas, por lo menos, mientras llegábamos a Las Blancas, un paraje de sabinas centenarias. La destreza de las fotos temporizadas la puso el Sr. Bermell.
Y como ya no sobraba tiempo ni ganas, el resto de la ruta fue de "aliño", o sea, acabar cuanto antes. Tan es así, que me paré un instante a recoger unas hierbas para el Sr. Navas en el Barranco del Chorro, que cuando reaccioné el "chorro" de compañeros había cogido carrera y solo tenía la compañía lejana del Sr. Pep que de vez en cuando reclamaba mi presencia.
Cuando pasamos por la Fuente de Javandal, el vendaval de caminantes debía estar ya en el pueblo. Solo encontramos al Sr. Agulló junto al monolito dedicado a San Miguel, cuando alcanzamos la vista del pueblo.
En la Ermita de la Purísima Concepción dimos cuenta de las viandas, y hasta turrón se repartió.