martes, 24 de noviembre de 2015

Alzira; Pas del Pobre - Orelles d'Ase - Creu del Cardenal

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Tras los fríos del fin de semana, los andafónicos toman precauciones y planean una ruta próxima, no muy larga y cercana al mar. Ante tantas "facilidades" se suman a la expedición compañeros que hacía tiempo se les echaba de menos como Enrique Reig, Pepe García y Pepe Sánchez, este último poco dado al deporte llamado "madrugón extremo".

Nuestro destino, Alzira, la sierra de Corbera con su extraordinario Valle de la Murta.

Llegamos al punto de inicio, los diecisiete posamos para la ritual foto de participantes, abrigados como para subir al Cerro Torre en la Patagonia.


Iniciamos el camino de la senda botánica por el camino de la Ombría, la mañana es húmeda y al poco de adentrarnos en el camino la vegetación se espesa haciéndonos avanzar en "fila india", ¿será que todos los indios iban así?. No creo que Balboa fuese por la selva en formación militar. Quizás Juan, aficionado a este tipo de misterios nos lo pueda aclarar algún día.



Según la opinión de Toni, en el paraje debió ocurrir algún incendio hace años porque los pocos pinos que hay son jóvenes y las carrascas, la especie más abundante, todavía se hallan en fase arbustiva aunque lo bastante crecidas como para ocultarnos totalmente. Mirtos o murtas, margallones acompañan a las carrascas en su lucha por la vida, sin olvidar a las omnipresentes aliagas que, confundidas con el resto, acarician las manos de quien osa tocarlas ¿verdad Eleuterio?. Un almez en el camino le ofrece a Manolo su dulce fruto que él, agradecido no rechaza. Otras especies botánicas que el cronista desconoce completan el entorno.

Tras una hora de marcha ascendente, en la que las prendas de abrigo se han ido desplazando hasta las mochilas, la vegetación disminuye de tamaño y empiezan a abrirse panorámicas de la Vall de la Murta y del Monasterio de los Jerónimos que acoge en su seno.




Llegados a la parte alta, aunque sin "coronar", la senda se desdibuja en ocasiones y son unos pequeños mojones los que nos van guiando, ayudados por los GPS y sobre todo, los que van delante tirando del pelotón y que de vez en cuando toman lo que en geometría denominan la distancia más corta entre dos puntos. Ello provoca la protesta de los más ortodoxos que invocan la presencia de los grandes rectores del grupo y que hoy, por distintas razones no han podido acompañarnos.



Llegados a una solana preciosa, el hambre nos aconseja un alto; falta poco para hacer cima pero no hay prisa y en cambio los bocadillos empiezan a molestar en la mochila.




Incapaces de podernos terminar todos los bizcochos que han aflorado con el café, decidimos retomar la marcha, cada vez más empinada, con menos senda y mucha piedra. Llegados a una encrucijada, tres compañeros que ya habían realizado esta excursión con anterioridad, deciden aguardar allí mientras el resto acomete el último repecho hasta les Orelles d'Ase.



Quienes lo hacemos por primera vez, quedamos sin aliento, tanto por la subida como también por la panorámica que se abre ante nosotros. A nuestros pies, Sueca y toda su marjal, mucha de ella arrebatada a la Albufera en otros tiempos no muy lejanos; enfrente Cullera, más a la derecha la playa de Tavernes y un poco más a la derecha nuestra mirada choca con la sierra de las Águilas que nos oculta el Montgó y toda la costa de la Safor. Volviendo la mirada hacia la izquierda de Cullera, aunque el día no es perfecto, aún podemos divisar toda la costa hasta más allá de Port Saplaya y más al norte, el Peñagolos asoma su cima entre la bruma.





Ahítos de mirar y hacer fotografías, nos acordamos que tenemos tres compañeros esperándonos un poco más abajo, así que tras dudar un momento entre que camino tomar para reunirnos con ellos, tres compañeros deciden explorar y el resto nos volvemos por donde hemos venido.

Reunidos de nuevo los tres grupos en el punto de espera, realizamos el descenso sin tocar la Creu del Cardenal, pues entendemos que no puede añadir nada a lo ya vivido, salvo una mayor dificultar para bajar.



La senda de bajada no es demasiado complicada y desemboca en una pista que permite armonizar con comodidad la marcha con la conversación.

Unas cervezas en Alzira y el encuentro casual con el compañero Rafa Bello pusieron el broche final a la jornada, aunque no sin antes quedar emplazados por Rafa, a otra visita que incluyese comer en su casa.