martes, 11 de octubre de 2016

Villa de Ves; Embalse del Molinar - Central Eléctrica

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Esta vez el destino de nuestra caminata fue un curioso paraje enclavado en el curso del río Júcar a su paso por el municipio de Villa de Ves, en la comarca de la Manchuela albaceteña.

Discurre el río por un angosto cañón que ha ido excavando en la meseta manchega, bajo la silueta del Santuario del Cristo de la Vida que aparece vigilante, encalado de gala, en lo más alto de las Casas del Santuario; un conjunto de casas esparcido por la ladera del cañón donde no apreciamos ningún signo de actividad cotidiana, infiriendo por ello que las casas tienen uso de segunda residencia.

Se quedaron los coches en un recodo de la pista, ampliado con fines de aparcamiento, junto a la presa del Molinar una vez pasado el túnel y cruzado el embalse, por encima de la propia presa.


Iniciamos la marcha a contracorriente del río, pero rápidamente la pista dobla y asciende en dirección contraria, en lo que será uno de los pocos repechos de la jornada. Desde lo alto descubrimos entre la maleza los restos del poblado de "productores" y la imponencia del cañón por donde el río se pierde aguas abajo. En la parte baja del poblado aparece, por vez primera, un canal que en unas decenas de metros se convertirá en túnel y que era el motivo y causa de esta caminata.


Vemos restos de estructuras, hierros y cables colgando de los que no alcanzamos a comprender su utilidad pasada y que nos llenan de conjeturas y adivinaciones mientras seguimos caminando por el senderillo, que en tramos desaparece, mostrando a nuestro paso un hueco vacío como una mella dental que nos obliga a equilibrios de funambulesca para avanzar en la marcha.









El camino no es largo y enseguida se nos aparece el edificio de la antigua fábrica de luz, ingenio hidroeléctrico de cuatro turbinas que debió ser un portento en su época y del que solo queda apenas el armazón, como el esqueleto de un animal.



Almorzamos junto a la casona porque hacerlo dentro despertaba temores y remilgos a partes iguales entre la concurrencia, así que, un carcomido tronco nos sirvió de asiento a la mayoría de los caminantes para dar buena cuenta de las viandas.


Acabado el mismo enfilamos por la empinada rampa que tiempo atrás debió de servir para trasiego de materiales sobre vagonetas. Ya no hay raíles, pero sí la mampostería que los sostuvo; una desdentada pendiente por la que gateábamos como pulgones sobre un tallo seco hasta que alcanzamos la senda que nos llevaba a una plataforma de hormigón.




Desde allí, la fábrica en el fondo del río parecía una casa de muñecas, con las cubiertas demolidas y las vigas al aire como un costillar. La plataforma era la cubierta de un inmenso distribuidor de caudal que alimentaría los conductos por donde el agua descendía a las cuatro turbinas, bastantes metros mas abajo.



Una portezuela nos permitió bajar por una escalerilla clavada en la pared a la sala donde llegaba el túnel, dividiéndose en dos como una horquilla.




Y esta era la consumación de nuestro propósito: ¡alcanzar la boca del túnel!. Por él íbamos a transitar algunos kilómetros sin más luz que la de los frontales, con la salvedad de alguna chimenea o respiradero que atraviesa en vertical toda la masa rocosa hasta la superficie, y un par de zonas donde el túnel emerge de las rocas para volver a sumergirse en la montaña siguiendo su trazado. Las dimensiones del túnel, por las que debieron transitar vehículos en la época en que su espacio se aprovechó para el cultivo de champiñones, permiten una corriente de aire que mantiene el ambiente sin humedad y a una temperatura constante. Vimos algunos murciélagos colgando del techo, y tras unos tres kilómetros de improvisados topos, salimos por la boca que habíamos visto unas horas antes cuando atravesamos el poblado, de ida.




Nos disponíamos a curiosear por las derruidas edificaciones cuando el compañero Javier tropezó y cayó de bruces sobre el camino, golpeándose tan aparatosamente que a muchos se nos heló la sangre al ver cómo le manaba la suya de la cara, y lo aturdido que se mostraba en los primeros momentos. Pasado el susto inicial, cuando pudimos taponar las heridas, todos nos tranquilizamos y con el ánimo repuesto, llegamos a los coches donde concluimos la ruta de hoy