martes, 15 de diciembre de 2015

Jalance; Cañones del Río Júcar

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A mi amigo Manolo, que me introdujo en este magnífico grupo humano.

Hoy martes 15 de diciembre, con 9 grados en Valencia y la calma propia de la madrugada, cruzamos la ciudad que todavía descansa ajena a los afanes de este grupo de excursionistas que, desde distintos barrios y pueblos de Valencia y su área metropolitana, acudirán a reunirse en el Rebollar, en Requena, para de allí poner rumbo a Jalance con el objetivo de visitar los Cañones del Júcar.

Una vez en Jalance, nos dirigimos al lugar donde vamos a dejar los vehículos, este trayecto lo hacemos no sin antes explorar otras posibilidades, bueno, en realidad hemos tardado un poco en encontrar el camino correcto.

Llegados al punto de partida, nos abrigamos convenientemente para defendernos de los 3 grados que nos encontramos en el lugar al bajar del coche y nos disponemos para la foto de inicio. En ella aparece un grupo más numeroso y diverso de lo habitual, quizá relacionado con la comida que hay concertada al mediodía.


En cualquier caso, la excursión, aunque corte y suave, no decepciona a nadie por la belleza del paisaje. La senda recorre parte del curso del Júcar a una altura intermedia del cañón, en algunos puntos, literalmente excavada en la roca, para finalizar en el punto que sus esforzados constructores lo dejaron estar, quién sabe si por cansancio, por cambio de planes, o porque simplemente no hacía falta ir más allá.

A lo largo del camino las panorámicas se suceden sin interrupción. Al poco de empezar, el sol empieza a entrar en el cañón y enseguida las prendas de abrigo regresan a sus mochilas. Una leve bruma apaga el color de la caliza de las impresionantes paredes, al fondo, el río recrea en remansos y pozas cuyas aguas se adivinan cristalinas y que auguran futuros placeres primaverales.






Es la hora del almuerzo, en realidad es pronto, pero la expectativa de unos gazpachos al mediodía nos deciden a adelantar ese momento mágico de la jornada, eso y que Pilar pone un poco de orden ante la falta de liderazgo claro de su marido.


Tras el almuerzo, proseguimos el paseo hasta donde la senda nos lo permite; en el trayecto pasamos junto a los que parecen algunos aliviaderos, también una especie de cueva que pudo servir de refugio a los que picaban en la roca para abrirse paso. Cruzamos también por zonas que los desprendimientos han dejado en mal estado. Mientras, el sol ha subido cuanto puede en esta época del año e ilumina la roca un poco mejor, aunque sin la convicción con que lo hace en las tardes de primavera y verano.

















De regreso, nos dirigimos en coche al restaurante Torralba de Cofrentes para comernos los gazpachos que tenemos concertados. La dimensión de la mesa y el número de comensales hace inviable el testimonio de las innumerables conversaciones que entre cucharada y cucharada se suceden; pero una cosa está clara, hemos pasado un rato agradables y nos hemos sentido próximos una vez más.